30 marzo 2016
El pasado 28 de febrero acudí al cumpleaños de una persona muy especial. Solo había que desplazarse hasta el camino de San Diego, en San Cristóbal de La Laguna. Allí nos encontramos en una casa estupenda, que alberga una bodega que muchos de los enólogos y vitivinicultores pagarían por tener en su propio hogar y que sirvió de salón de fiestas para tan importante evento.
Tras estacionar nuestro vehículo, atravesamos los jardines, su cálido salón y llegamos al lugar donde se crea todo aquello que es merecedor de estas palabras que hoy escribo, la cocina. En ella siempre existe un sinfín de elaboraciones, que van desde lo más autóctono y sabroso, hasta la más alta cocina.
Y es que Ana siempre nos sorprende con algo nuevo, algo que en el momento de probarlo es capaz de transportarnos a miles de lugares y rincones y, sobre todo, mantener nuestra memoria viva de multitud de sabores casi inigualables.
Claro está que siempre existe un origen y en su caso hay que trasladarse a la maravillosa “Isla del Meridiano”, El Hierro, donde su madre ha ido incorporando en ella, un inagotable repertorio de platos de nuestra tierra y de la “Octava Isla”, Venezuela, a la que un día tuvieron que emigrar.
No hace falta viajar a Caracas para probar la mejor arepa de perico o el más sabroso Guasacaca, ni tampoco a Gran Canaria, donde se cocina la que, muy posiblemente, es la mejor pata asada del Archipiélago. Solo hay que probar e inmediatamente viajar.
La receta de Conejo a la canaria de Ana es fabulosa, digna de mención en los mejores certámenes de cocina tradicional, y su particular versión del Pan de puerros, inigualable, en la que un pan payés alberga una crema de puerro y queso fundido a modo de fondue, para ser desestructurada por unos sugerentes tacos de pan bizcochado. Tan sencillo, pero tan sabroso.
Los platos de cuchara, son merecedores de ser ofrecidos en cualquier rincón gourmet, hasta el punto de que sus recetas, han sido copiadas por las restantes casas que conforman nuestra gran familia.
Qué decir de las mil y una formas que Ana tiene para cocinar el quiche. De cebolla, de espinacas y queso rulo de cabra, el clásico Quiche Lorraine, etc., etc. acompañados por recetas tan vanguardistas como un original Gazpacho de fresas con virutas crujientes de jamón ibérico.
Su repostería no tiene nada que envidiarle a la mejor tradición francesa. La variedad es infinita, aunque son extraordinarios, la Mousse de higo, las clásicas y sencillas natillas y el tradicional Arroz con leche.
Pero, ¿y su buen gusto gastronómico? El mismo sabor y “salsa de cariño” que imprime en su cocina, lo traslada al buen yantar. Conocedora de tantos y tan buenos restaurantes, he de decir que si existe una persona influyente en mí, en este mundo que ahora tanto me gusta y divierte y que me da la posibilidad de escribir y contarles mis experiencias, es ella.
Amante de la buena mesa, Ana es capaz de aplaudir desde un suculento Puchero canario, unos calóricos y Callos a la madrileña, o un magnífico Chuletón de Ávila en su punto, hasta las más complicadas y minimalistas elaboraciones como el Trampantojo de anchoa, a modo de pintalabios, del chef Fernando Canales en el restaurante Etxanobe, ubicado en el Palacio Euskalduna de Bilbao, galardonado con una estrella en la Guía Michelin.
Podríamos hablar muchísimas más cosas sobre esta amante de la exquisita cocina, la buena mesa y el mejor comer, pero es imposible plasmar tanto en tan poco espacio.
Con este sencillo pero sabroso homenaje a Ana, desde San Cristóbal de La Laguna y sus maravillosos fogones, desconocidos para unos y muy amados por otros, me despido hasta la próxima semana.