17 marzo 2017
Parece un poco arriesgada la idea de abrir un steakhouse en un pueblo pesquero, donde la cultura culinaria de sus gentes siempre ha estado vinculada con el mar. Pero, ¿qué pasa con la carne? La respuesta podría estar en Brunelli’s. Allí la carne es un proceso de días, mimo –maceración controlada en temperatura y humedad- y un ardiente horno Southbend –único en Canarias- que trabaja a 800 grados, cerrando el poro de la carne de forma instantánea, lo que le confiere una textura jugosa en el interior y crujiente envoltura. En otras palabras, el cuidado de la pieza no acaba hasta que no llega a nuestra mesa y de eso se encarga Gabriel Figueroa (maestro carnicero), que pone al servicio del comensal sus conocimientos para asegurar que la experiencia sea exclusiva y satisfactoria
Ubicado en el portuense barrio de Punta Brava (frente al Loro Parque), una pequeña puerta da paso a una barra de madera –elemento decorativo protagonista-, donde se puede tomar algún aperitivo antes de entrar en la sala principal, que resume cocina y comedor a un único espacio. La tranquilidad y orden es acompañada por una canción country que suena a lo lejos, y algún curioso bovino se deja ver desde la entrada. Sin embargo, hay un detalle que la desmarca de otras salas; un precioso ventanal levadizo, que nos hace tener la sensación de estar dentro del mar comiendo un Tomahawk de vacuno, con corte y cocción impecables.
Un guiño a lo clásico
Entre piezas de carne y vistas al mar se asoma tímidamente, como detalle de la casa a modo de aperitivo, una Vichyssoise, simple y sin ostentosidades, respetando la variante tibia que Diat sirvió en los calurosos veranos neoyorquinos. Elegimos para continuar una ensalada con queso de cabra, boletus, piñones y reducción de balsámico de manzana, un bocado pequeño pero agradable a la vista.
La carne a 800 grados
Son muchos los detalles que dejan intuir el respeto con el que Brunelli’s trata a la carne: la presentación es casi un culto a los estético, piezas que cuelgan impecables y desnudas, en una cámara de conservación y maduración, especialmente diseñada, esperando a alcanzar su punto óptimo; el servicio, que asesora acerca de las características y cualidades de las piezas, y su inmejorable atención en sala con Elena Martínez (jefa de Sala) a la cabeza; la materia prima, con origen en diferentes partes del mundo siguiendo unos criterios de alta calidad; y sin lugar a dudas, el buen trabajo que el horno Southbend hace con las carnes. Seleccionar las piezas y sus cortes, no es tarea fácil, entre tantas denominaciones y razas. Finalmente, elegimos una Black Angus americana y un Tomahawks nacional –ambas pertenecientes al lomo alto del bovino y que presentan un marmoleo (grasa intramuscular) considerable-. Estas carnes cumplieron con las expectativas y estuvieron a la altura. Unas verduras gratinadas y unas papas fritas, como acompañantes de velada, que poco podían competir con una carne tan polifacética.
Para finalizar, pedimos una degustación de postres de la casa: cheesecake, pera al vino, plátano frito, coulant de chocolate y helado de vainilla.