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Serie histórica sobre La Gesta. Última parte: el menú de la paz El menú con el que Nelson y Gutiérrez celebraron la paz Tras la rendición de los ingleses, Nelson y Gutiérrez intercambiaron manjares gastronómicos, las tropas comieron y los altos mandos se sentaron a la mesa para disfrutar de todo un festín
El 25 de julio de 1797 las tropas inglesas lideradas por el ilustre comandante Horatio Nelson intentaron invadir Santa Cruz. El ataque fue repelido por el general castellano Antonio Gutiérrez, el puñado de soldados que tenía a sus órdenes y un conjunto de ciudadanos valientes. La contienda fue fugaz y acabó con buen sabor de boca. Los mandos militares de ambos bandos se despidieron con cartas cargadas de diplomacia e intercambiaron manjares gastronómicos que han pasado a la historia como ejemplo del choque de culturas que supuso aquella Gesta. Aquellos días de julio se enfrentaron la colosa Royal Navy y una pequeña ciudad de pescadores radicalmente distinta a la actual en todas sus facetas, incluida la culinaria.
Confluencia de las calles San Francisco y San José, en Santa Cruz, donde el general Gutiérrez tenía su residencia. Vino del país, cerveza ale y queso inglés se intercambiaron los líderes de ambas bandos
Laura Docampo / GastroCanarias
29 julio 2022

La flota británica que se asomó a la costa de Santa Cruz el 21 de julio de 1797 traía 2.000 infantes de marina a bordo de tres fragatas, un cúter y una bombarda armados con 393 cañones.  Tras un día de enfrentamientos, el 26 de julio por la mañana, los hombres capitaneados por el contralmirante Horatio Nelson se rindieron con 233 bajas y 133 heridos en sus filas. Entre los defensores de la isla, con el general Antonio Gutiérrez al mando, hubo 24 muertos y 35 heridos. 

Miembros de la Asociación Histórico Cultural La Gesta del 25 de julio.

Aristóteles dijo que en la adversidad sale a la luz la virtud. Y en el final de esta batalla brilló con mucha intensidad. Por orden del veterano Gutiérrez, los vencidos británicos fueron alimentados con pan, frutas y vino del país para recuperar energía antes de regresar a sus fragatas, ya fuera remando en sus propios botes, que habían quedado a la orilla de la playa, o en las barcas de los pescadores chicharreros que se ofrecieron a ayudarlos para sacarlos de la Isla lo antes posible. Los heridos más graves tardaron un día más en salir a alta mar porque sus heridas fueron atendidos en los hospitales de Santa Cruz. 

Maqueta de Santa Cruz en 1797. Museo Histórico Militar de Canarias. Santa Cruz de Tenerife.

Nelson también resultó herido y perdió su brazo derecho en la batalla. Pero una vez que todo acabó se sintió conmovido por la generosidad y la hidalguía de sus contrincantes, y decidió escribirle una carta a Gutiérrez para expresar su agradecimiento por tales atenciones y la mandó acompañada de dos obsequios gastronómicos: Dos toneles de cerveza ale y un queso. 

Mucha cerveza para hidratar y calmar los ánimos

En el siglo XVIII, la cerveza era la bebida favorita de la marina británica. Como el agua podía descomponerse y propagar enfermedades, los marineros preferían las bebidas alcohólicas, como sus famosas ales, que ahora vuelven a estar de moda. Las variedades más populares en esa época eran las Porter, que pronto llegarían a Irlanda dando origen a la famosa Guiness, y las India Pale Ale (IPAs), caracterizadas por tener una carga extra de lúpulo para que el vaivén  y el calor de la navegación no arruinaran su sabor, ya que el lúpulo es un gran conservante, además de dar sabor y amargor.

Los hombres que trabajaban al servicio de Su Majestad en las fragatas tenían garantizados 28 litros de cerveza a la semana. Esta cantidad se estipulaba en el reglamento interno de la Armada inglesa.

No sabemos qué variedad de cerveza obsequió Nelson a Gutiérrez, y tampoco se sabe con certeza que tipo de queso salió de la fragata Theseus, en la que viajaba Nelson. Lo que está claro es que a bordo de estos barcos los quesos que más consumían eran los Suffolk, de consistencia cremosa, elaborado con leche de vaca pasteurizada, y el Cheddar, más graso y más caro que el otro.

«Suplico me haga el favor de aceptar un barril de cerveza y un queso» escribió Nelson en su carta, en la que dio las gracias a Gutiérrez por «las amables atenciones que tuvo conmigo y la humanidad demostrada con los heridos que estuvieron a su cargo«. Aquel gesto no pasó inadvertido para el comandante general de Canarias, que inmediatamente le respondió enviando al contralmirante unas botellas del famoso Canary Wine Malvasia y una carta en la que decía: «Si en el estado a que ha conducido vuestra excelencia la siempre incierta suerte de la Guerra, pudiese yo, o cualquiera de los efectos que esta Isla produce, serle de alguna utilidad o alivio, ésta sería para mí una verdadera complacencia, y espero admitirá estas botellas de vino, que creo no son de lo peor que produce», apuntó Gutiérrez y finalizó diciendo «será de mucha satisfacción tratar personalmente con usted cuando las circunstancias lo permitan, a un sujeto de tan dignas y recomendables prendas como vuestra excelencia manifiesta; y entre tanto ruego a Dios guarde su vida por largos y felices años».

En la confluencia de las calles San Francisco y San José tenía su casa el general Antonio Gutiérrez.

El fin de la contienda se celebró también con un almuerzo, al que asistieron los altos mandos de ambos bandos. Tuvo lugar el 26 de de julio de 1797. El escritor Jesús Villanueva aventura que los dos escenarios más plausibles fueron el propio castillo de San Cristóbal (que se alzaba en la actual Plaza España), donde se firmó el acta de capitulación, o la casa del general Antonio Gutiérrez, que tenía su residencia en la confluencia de las calles San Francisco y San José, donde hoy se ubica la tienda de Zara en la capital, junto al Palacio de Carta. 

Dadas las costumbres de la época, en aquel festín no habrá faltado una buena carne, pescado y alguna receta afrancesada de entremeses y aperitivos como patés, pasteles y gelatinas. La investigadora María Ángeles Pérez Samper asegura en su libro Comer y beber, una historia de la alimentación en España, que en el siglo XVIII «la cocina española se mantenía dentro de los parámetros tradicionales, influida por el prestigio del modelo gastronómico francés».

 

 

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