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Trufas y Jareas TRUFAS & JAREAS: Mejor en la barra Viaje gastronómico al norte, la cuna de los pintxos, al País Vasco
España ante todo es un país gastronómico y si hay algo que es “marca España” es ir de pinchos y tapas.
Restaurante Mina y algunos de los platos del menú degustación Restaurante Mina, galardonado con una estrella Michelin en el 2012
Juan Antonio Hernández Ponce / GastroCanarias
01 junio 2016

España ante todo es un país gastronómico y si hay algo que es “marca España” es ir de pinchos y tapas y la mejor manera para disfrutar de ello, es en la barra. ¿Cuántas historias esconde una barra?, ¿Cuántos secretos guarda el camarero o el dueño del bar de aquellos que han pasado por la barra? Pero, ¿son todas las barras iguales?, ¿Se puede ir más allá y transformar lo mejor de comer en el centro del local? Habrá que viajar a la cuna de la gastronomía española para comprobarlo. Entre cielos nublados, lluvias perennes y verdes montes, el País Vasco, alberga lo mejor de nuestra cocina, la mejor barra de “pintxos”, una gente sin igual y ante todo, una gastronomía que no cesa de inventar y de ofrecernos cada día lo mejor del mercado, hasta el punto de convertir una barra de bar en un restaurante de alta cocina y llevarlo a las mismísimas estrellas.

Bilbao o Bilbo está localizada en el umbral vasco, que constituye el descenso de altitud entre Los Pirineos y la Cordillera Cantábrica. Dividida en dos por la “Ría” también conocida como Ría del Nervión o del Ibaizábal, que deja a la derecha el “Casco viejo o Siete calles” y a la izquierda el “Ensanche”, alberga entre sus calles, una de las joyas de nuestra gastronomía, el Restaurante Mina del chef Álvaro Garrido y su equipo.

Con unos grandes y diáfanos ventanales, otorga unas vistas preciosas del Mercado de la Ribera y del puente de San Antón. En medio de un paseo peatonal con el húmedo olor a la ría, se encuentra este pequeño restaurante que ha conseguido cambiar el tradicional concepto de barra y llevarla a su máxima expresión, hasta otorgarle una de las tan preciadas estrellas de la Guía Michelin.

Restaurante Mina es un lugar para el deleite, donde todo está cuidado hasta el más mínimo detalle. Seis mesas son las responsables de albergar a los pocos afortunados de poder sentarse y sumergirse en tal experiencia. Sin embargo, hay algo que le da un “plus” a este local, y eso es la barra. En ella, tan solo ocho personas serán las premiadas para disfrutar con la altísima cocina de mercado de este restaurante, al mismo tiempo que se mezclan con todo aquello que pasa detrás de los fogones. Y es que no hay mejor manera de comerse algo que esté bueno, si es posible servido por los propios creadores de tales obras de arte. Se trata de un local sencillo, sin demasiadas pretensiones, a la par que elegante. En tonos blancos y acompañado de toques de madera, con una cocina de ensueño, abierta al público, podría pasar por la mejor y más sencilla decoración de los Países Nórdicos, que tanta paz y armonía le dan a sus obras arquitectónicas.

El menú degustación es una auténtica montaña rusa de sabores y aromas y sobre todo para los sentidos, que se activan bocado tras bocado. Cada olor, sabor o textura, será memorizada en nuestro cerebro y dejarán huella.

Catorce elaboraciones constituyen este magnífico menú, que durante alrededor de tres horas de buena mesa servida en la barra, son las responsables de hacernos disfrutar, saborear y memorizar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una ostra envuelta en gin Tonic, un txangurro con yema y fruta de la pasión o un queso marino con jugo de champiñones y crujiente de pollo, son el inicio de una maravillosa consecución de platos que irán apareciendo en la barra como si de un concierto de “nuestra sinfónica” se tratara. Espárragos blancos de temporada y foie gras asado con cigala precederán a “sangre, berza y café”, donde un perfecto pastel de morcilla de Burgos acompañado por jugo de la segunda y chips de la tercera, perdurarán en los centros cerebrales del lóbulo temporal, encargados de guardar todos y cada uno de nuestros recuerdos durante mucho. Un pastrami hecho en casa, un rape asado con fondo oscuro y verduras o unas mollejas a la brasa, serán la antesala a un “universo dulce” de alta repostería, con tamarindo, perrins y toffee o una crème brûlèe de azafrán, pera y amaretto, que bien solos, o acompañados por un vino de postre pondrán fin a tal experiencia culinaria.

Bilbo, su gente, aparentemente tosca y exagerada pero siempre amable y servicial, ofrece una gastronomía de barra inigualable, hasta el punto de llevarla a codearse con las grandes estrellas de este arte de la gastronomía.

Con txapela en la cabeza, copa de txakoli y pintxo en mano, nos vemos la próxima semana en la mesa o en la barra. Por supuesto, con algo que esté bueno para ser contado.